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Es
imposible que dos seres humanos busquen la Verdad desde el candor de
un interior limpio y sincero, y que lleguen a dos conclusiones
esencialmente distintas. El pozo de la Verdad es uno solo, y todos
los seres humanos estamos formados con el mismo barro y animados con
el mismo espíritu.
Muchos estudiosos investigan las relaciones entre distintas
culturas, lejanas entre sí, y justifican las coincidencias entre
sus principios filosóficos por influencias directas o indirectas,
pero nunca se plantean la posibilidad de que la coincidencia de
muchos de estos principios se deba a que el pozo de la Verdad sea
uno solo, y que por lo tanto no sea posible llegar a conclusiones
diferentes cuando se busca con auténtica sinceridad los pilares
eternos de la construcción cósmica en la que nos encontramos.
La revelación divina sólo es realmente útil cuando sirve para
ayudar a encontrar este pozo, no cuando pretende suplantarlo. El
hombre, en su mente, puede creerse muchas cosas, pero la fe sólo es
posible cuando se ha bebido agua del pozo de la Verdad.
Hay palabras que resuenan en los corazones sensibles sin ninguna
distinción de cultura, palabras que tienen peso en sí mismas, y
que pueden ser expresadas en cualquier tiempo o circunstancia porque
nunca pierden su fuerza. Sin embargo vemos cómo muchas ideas bien
enlazadas, perfectamente conjugadas con todos los rincones del
entramado cultural vigente, se desvanecen con el tiempo y, aun sin
resultar refutadas, pierden toda su fuerza porque dejan de resultar
interesantes.
Las palabras sacadas del pozo de la Verdad no necesitan afianzarse a
ningún entramado cultural, se sostienen en la propia Verdad que
expresan.
El instinto de conservación que existe en todos los seres del
universo es lo que les impulsa a acotarse, a defenderse de todo
aquello que pueda desintegrarles, y a buscar la plenitud en su círculo
cerrado exclusivista.
Sin embargo toda forma de espiritualidad, todo progresismo (incluso
en el plano más materialista) anima a romper muros de división, a
derribar torres de marfil y a experimentar la plenitud compartida,
que siempre será doble plenitud.
Las corrientes espirituales más sublimes ya no sólo animan a
romper las barreras visibles, sino también las invisibles, y hablan
de una plenitud perfecta y eterna en la que ya no es posible ninguna
exclusión, pues todos los seres del universo habrán sido
conciliados en el Uno.
Las religiones y corrientes espirituales occidentales que le dan la
espalda a oriente están pecando de exclusivistas, dejándose llevar
por ese instinto de conservación pueril que ya no tiene otra razón
de ser que el egoísmo y la soberbia de pretender acaparar la Verdad
absoluta como propiedad privada.
No se trata de caer en la indignidad de pisotear los propios
principios para aceptar los ajenos, sino de abrir los oídos y
dejarse impregnar por aquellas ideas que destilan honestidad, y que
escuchadas sin prejuicios fácilmente llenan el corazón del hombre
sin acapararlo, sino respetándolo tal cual es.
Cristo es la Verdad. Pero Cristo es desde el principio de los
tiempos, y Cristo está en toda búsqueda sincera de la Verdad, en
todas las culturas. A Cristo tenemos que buscarlo también en
oriente, no sólo en las escrituras y tradiciones occidentales. Y
digo 'buscarlo' y no digo 'mostrarlo', pues si bien es cierto que
occidente tiene mucho que enseñar, no menos cierto es que tiene
mucho más que aprender. |
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El
Dao-De-Jing (Tao-Te-King) es un libro lleno de sabiduría fresca y convincente a
pesar de sus muchas zonas oscuras. Como todas las cosas extraídas
del pozo de la Verdad, el Dao-De-Jing puede ser expresado de muchas
maneras sin alterar en absoluto su significado profundo.
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Ijsus Mendlek
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